Hacia fines del siglo XVII, Estados Unidos enfrentó un proceso similar al que hoy divide a Chile en una dicotomía de aprobación o detracción a la nueva propuesta de Carta Magna. En el caso de Norteamérica, un gran territorio dividido en estados virtualmente independientes pujaba por encontrar una ley suprema que fuera capaz de unificar los intereses de todos sus habitantes.

La idea principal de la nueva constitución estadounidense era reemplazar por completo los Artículos de la Confederación y la Unión Perpetua, conocidos como los Artículos de la Confederación, que constituyeron el primer documento de gobierno de Estados Unidos, que fueron aprobados en noviembre de 1777 y ratificados en 1781. Estos artículos cumplían con la función de unir las trece colonias británicas norteamericanas, otorgándoles gobierno autónomo sólo en caso de emergencia y guerras. Es por ello que al terminar la Guerra de Independencia las prioridades del país cambiaron y se hizo imperativo contar con un nuevo marco jurídico, más funcional, que representara la realidad del país, uno que no estuviera basado en la existencia de conflictos internos.

Se llevó a cabo la Convención Constitucional de Filadelfia, en Pensilvania, para luego ser ratificada por cada estado en el nombre de «We the people» (Nosotros, el pueblo). La ratificación de la Constitución de los Estados Unidos estuvo a cargo de las Asambleas Estatales que dispuso cada estado independiente con la misión de revisar a fondo la propuesta y los primeros nueve estados que la aprobaron tardaron nada menos que 10 meses. El reemplazo definitivo a los Artículos de la Confederación se llevaría a cabo el 21 de junio de 1788, con la ratificación oficial de la Constitución de los Estados Unidos.

Esta ley suprema cuenta con la particularidad de ser la constitución federal más antigua que se encuentre vigente en la actualidad y ocupa un lugar central en el derecho y cultura de los ciudadanos estadounidenses.

Es importante analizar este caso porque la propuesta de nueva Carta Fundamental no brotó de una sola fuente, sino de varias, y hubo grandes y largos debates sobre la forma definitiva que habría de adoptar el gobierno. Sobre todo, las diferencias brotaban al momento de definir quién tomaría el mando del gobierno central y cuál sería el alcance de la independencia de cada estado. Mientras el Plan de Virginia proponía un gobierno central en que los estados fueran sólo divisiones administrativas, el Plan de New Jersey reclamaba una forma de gobierno que le diese independencia a cada estado. Esta división se ahondaba aún más cuando se comparaba los estados más pequeños con aquellos que tenían más habitantes. El problema: ¿cómo serían representadas ambas formas de propuestas de gobierno?

La forma de unificar ambas visiones fue dividiendo el poder legislativo en dos cámaras: la Cámara de Representantes, donde sus miembros serían electos según el Plan de Virginia, en función de su población, donde a más habitantes, más representantes. Mientras en la cámara del Senado se aplicaría la propuesta de New Jersey y los senadores serían electos en igual cantidad para cada estado, independiente de su tamaño y población. Esta forma de gobierno rige hasta el día de hoy.

En la vida cotidiana de los habitantes de Estados Unidos la Constitución tiene un lugar fundamental y es respetada por lo que representa; un instrumento que unifica el interés de todos sus habitantes y que fue capaz de superar las divisiones para levantar una de las naciones más poderosas del mundo.

No hay que olvidar también que toda ley suprema debe establecer un proceso de reforma o enmienda, en que los representantes de las distintas divisiones políticas del país sean capaces de alzar la voz cuando sea necesario hacer un cambio, entendiendo que el mundo es un lugar dinámico y que son pocas las cosas que permanecen cuando las generaciones van dejando paso a las siguientes.

Sin dudas, un ejemplo al que podemos echar mano en nuestros días, para entender de mejor forma por qué la nueva propuesta de Constitución se aleja de la Carta Magna heredada de las antiguas formas de gobierno que rigen nuestro país.

Es necesario comprender que el cambio es la base de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Alcanzar la madurez política y adaptarse a los cambios no sólo es una señal de buena salud interna en las formas de gobierno contemporáneas, es también un indicador de madurez del espíritu republicano de todos los habitantes de nuestra o nuestras naciones.

Equipo Editorial The Penquist

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