Estamos por comenzar la última entrevista del año, de este loco año. A las afueras del centro penquista nos espera Miriam, envuelta en una túnica verde agua que ondea con el viento costero. Su casa está llena de recuerdos y enigmáticos objetos, todos iluminados por el sol que llega por una ventana y por la calidez del interior.

La decoración navideña combina con maestría junto a piedras y cristales, muchos libros, botellas de pociones reales o imaginarias, teteras de cerámica, pinturas y velas. Como si fuera poco, la mesa estaba servida tanto para el té como para el vino… no había duda de que ésta sería una tarde mágica, aquelarre blanco.

– Hola Miriam, tienes una muy linda casa. Gracias por recibirnos. Cuéntanos cómo defines tu quehacer creativo o cómo defines lo que haces.

– Yo creo que siempre he sido más gestora cultural que poeta porque siempre me ha interesado la literatura de los demás. Llevo 46 años organizando eventos, no puedo pasar un mes sin hacer un evento. Todos los meses estoy haciendo lecturas o me reúno con alguien. Lo que realmente me gusta es la literatura, el amor por la literatura.

– ¿De qué manera fuiste encontrando tu voz dentro de la poesía?, ¿quién eres tú en el texto?

– En todos los libros soy yo, no dejo de ser la persona que soy en las lecturas, en la vida familiar, la que soy en todo momento. Las personas que me conocen saben quién soy.

– Y cuando comenzaste a escribir, ¿qué te llevó a indagar en esto?

– Lo que pasa es que yo tenía un problema cuando chica. Era muy tímida y mi papá tomaba mucho. Esto hizo que me refugiara cada vez más en los libros y de chiquitita a escribir tarjetas. El primer premio que me regalaron, por haber leído mucho, me lo dieron Pablo Neruda y Fidel Castro cuando vinieron con el Sierra Leona en los años ’70. Un vecino me prestó un libro de Rabindranath Tagoreque que me había enamorado y que disfrutaba mucho. Después supe que él era el maestro de Neruda y de ahí comencé a escribir en el taller Alonso de Ercilla y Zúñiga que se hacía en la cascada del Parque Ecuador. En esa época recuerdo haber conocido a muy buenos escritores como Juan Carlos Mestre, Tulio Mendoza que estaba jovencito, Mario Rodríguez y muchos más. Nosotros funcionamos 20 años en la casa Veteranos del 79 cerca de la cascada. Ahí comencé de forma inmediata a organizar lecturas en el Instituto Británico, en el Instituto Norteamericano, estaba la Señora Mercedes Pujol en ese tiempo, y con Jorge Salgado en la Librería Estudio. Desde entonces no paré más hasta que me separé y me detuve por un tiempo hasta que mi amigo Patricio Iturra vino en mi rescate, participando en el Taller Mano de Obra.

– ¿Qué es lo que te mueve a escribir?¿hay algún propósito?

– Siempre he escrito tarjetas y diarios de vida. Yo era muy joven cuando vino el Golpe. Tenía unos amigos que tenían varios hijos, más de siete, y en ese tiempo cuando se tenía un séptimo hijo el Presidente tenía que ser su padrino. Entonces Allende era el padrino de dos de los hijos de mis amigos y tuve la oportunidad de compartir con todos ellos juntos. Cuando vino el Golpe estaba tan imbuida con estas cosas que me di cuenta de que la Literatura tenía que servir para algo, no puede ser que una escriba sin tener parte en lo social. La poesía tiene que tener un lugar en su contexto social. Me volví muy revolucionaria. Comencé a visitar personas de la cárcel y ahí comenzó a gestarse la idea de que mi primer libro “Sobre el tiempo y en otra parte” mientras me conectada con gente muy luchadora y comprometida.

– ¿Cómo integras tu tiempo y lugar dentro de lo que escribes?

– Entre la vida familiar y la literatura me manejo, de verdad tengo el privilegio de poder, en este último tiempo, dedicarme a lo que más me gusta. En esta realidad que vivo, el silencio de mi casa, se me permite vivir todo lo que escribo. El respeto que siento por otros autores es tan grande que vivo el amor a la palabra. Entonces, entre lo que hago, siempre miro cuando un escritor está invisible y me pregunto por qué se desecha la trayectoria de tantas escritoras mujeres. A mí me gusta investigar sobre la invisibilidad de las escritoras de la región, me hace sentido el no olvidarlas.

– ¿Cómo han sido los procesos escriturales de tus libros? ¿cuál te ha marcado más?

– Creo que el libro de mujeres “Enhebradas” es el más querido. Siempre digo que ese libro lo soñé. Cuando Patricio Iturra murió tenía los escritos en su cama pues él pensaba hacer mi libro. Esto se lo conté a Ingrid Odgers y ella generosamente se ofreció para ayudarme con el libro, regalándome un prólogo precioso. En este libro se recogen historias de las mujeres de mi familia, historias de personas que conocí en el trabajo y especialmente la historia de mi amiga que fue torturada, violada y ultrajada en dictadura. Pensé en los cementerios simbólicos, en las madres que pierden a sus hijos… este libro tiene mucho de esa alma mía que está preocupada por lo social. El libro “Siempre dijo que sus sueños eran silencio”, si bien es un libro que no considero bien escrito, esto no me importa porque lo importante es lo que dice, pues habla de los niños del Sename, de las realidades de los colegios de periferia, de la niña que se suicida, de los niños que se drogan, de las marchas. “Wabi sabi” es un libro mucho más íntimo que habla sobre la autoreparación luego de momentos muy dolorosos de mi vida. “Territorio de pájaras”, que es el último, se pensaba como un libro de amor y terminó siendo un libro doloroso. Quedan, además, libros inéditos que ya están viendo la luz.

– ¿Cómo puede ayudar la poesía en estos tiempos de incertidumbre?

– Con toda esta Pandemia y movimientos políticos en el país, escribir es un proceso de exorcizar, manifestar, de llorar y sanarnos. La palabra está en todo. Yo pienso, como dice la biblia, que primero estaba el silencio y luego la palabra. Yo creo que al final continúa siendo así, con tanta oscuridad la palabra es la luz.

Texto y Fotografía: Constanza Aracena Lobos.

constanza@thepenquist.com

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