Me desplazo hasta la comuna de Tomé, casi al final de una larga y empinada calle de un sector antiguo, con una vista sorprendente de la Bahía de Concepción. En una sobria construcción de madera me espera Leonardo Palacios, pintor tomecino. Me invita a pasar a su casa, con una sencillez única. Adentro, de las paredes cuelgan cuadros impecables, de su propia brocha, y por lo pulcro y silencioso del amiente pareciera que estamos en una sala de exposiciones.
Caminamos hasta el fondo de la vivienda y luego, tras subir las escaleras al segundo piso, llegamos a su taller. En el tablero un cuadro a medio hacer, rodeado de herramientas de pintura, implementos y materiales. De fondo suena una radio, que pasa clásicos del rock mientras se inicia la entrevista.
– Muchas gracias por recibirme. Cuéntame, ¿cuál fue el inicio de tu carrera como artista?
– Esto viene desde el principio, desde mi infancia. Cuando era niño había unas colecciones de libros, las pinacotecas Pissanello, una selección de arte de una editorial argentina en los años ’60. Desde aquella época que esos libros estaban en casa. Eran cerca de 100 tomos, con todos los artistas conocidos hasta esa época. Yo lo leía como quien lee la caperucita roja de niño. Ese fue mi primer acercamiento al arte, donde comenzó a gustarme. Siempre dibujé.
– Estuve viviendo en Santiago hasta el año 1995, y por motivos de trabajo nos trasladamos acá a Tomé. Acá fue donde empecé a darle curso al arte.
– ¿Estudiaste en alguna academia?
– Estuve un par de meses en un taller que se llamaba “Laberinto”, que ya no existe ya, aquí en Tomé, donde había varios artistas, era bien reconocido. Ahí estuve en clases, me enseñó Cecilia Aedo, la maestra. Y los cuadros aún los tengo. Este es del año 97.
– Estuve pintando al óleo más o menos hasta el 2000 o 2001 y luego de eso comenzó a aburrirme la cosa, sentía como que no avanzaba mucho (a todo esto, eso de las clases fue básicamente como una especia de empujón).
– Lo otro que me llamó mucho la atención fue el retrato. Cuando era muy niño, mi abuelita también pintaba. Entonces mi abuelita, sus cuadros eran muy extraños, muy devotos, reproducciones, ella era muy creyente en Dios. Lo raro es que los hacía de espaldas, no de frente. Y siempre me quedó dando vueltas. Y con el tiempo quise intentarlo, y gran parte de los instrumentos de mi abuelita aún los conservo.
– ¿Alcanzaste a resolver el misterio? ¿Por qué pintaba las figuras de espalda?
– No, no alcancé. No tenía conciencia de eso como para haberle preguntado y ella ya estaba ida, entonces no tuve el tiempo. En todo caso, fue bonito porque me permitió tener el arte cerca.
– Cuando ya terminé la enseñanza media me puse a trabajar.
– Mencionaba una nota que te hicieron en Diario Concepción que durante un tiempo el trabajo te alejó del arte, ¿podrías contarme algo sobre eso?
– Bueno, fue bien loca la cosa. Mi carrera así como “técnica” la hice yo, ¿cachai? No tengo un título.
– Mi tía, hermana de mi mamá, fue arquitecto. Entonces, ella, cuando yo era adolescente le iba a ayudar en su oficina con los planos y todo eso. Yo iba y aprendía de ella como trabajaba y me empapé en el mundo de la arquitectura. Entonces hay harto romanticismo en eso de mi arte, de las cosas antiguas, porque este tablero era de ella. Al final la arquitectura fue una especie de oficio que se me entregó, y eso era lo que hacía, dibujaba planos de arquitectura, y con el tiempo fui aprendiendo a hacer cosas de ingeniería. Y entremedio hacía esto de los dibujos, como un experimento. En esa época hacía muy poco dibujo, como un retrato al año.
– ¿En aquella época tenías presente que no estabas haciendo arte?
– Me daban ganas de hacerlo, como estaba con el tema de la arquitectura, precisamente cuando mi tía empezó a decaer con su enfermedad, el parkinson. Entonces, comenzó a retirarse de eso y fui yo haciéndome cargo de la familia y no tenía mucho tiempo como para dibujar o pintar. Pero aunque lo quería hacer no me sentía listo todavía. Tenía harto trabajo y entremedio salía a andar en bicicleta, no tenía mucho tiempo de trabajar en arte.
– ¿Cuál fue el hito que cambió todo?
– Fue un retrato que hice, cuando me di cuenta que tenía que tomar todo esto en serio. Precisamente este, de la Nicole Kidman, en el 2009. Cuando lo hice me di cuenta que estaba puro hueviando, así de simple. Y comencé a preocuparme por hacer esto más en serio.
– ¿Influyó el terremoto de 2010 en tu decisión?
– La verdad coincidió con el periodo en el tiempo en que comencé a trabajar más, pero seguía con la arquitectura. Además siempre he sido un poco solitario, entonces sólo sabían algunos amigos. El tema del terremoto en algo debe haber influido, porque comencé a mostrar más lo que hacía.
– Cuando me puse más profesional fue entre enero y febrero de 2015, ahí empecé. Fui a una exposición en el Centro Cultural de Tomé, y ahí presenté gran parte de las obras que tengo en el taller. Ahí me puse a trabajar más profesionalmente. Pero igual tenía que compartir el tiempo entre la oficina y la pintura. Ese año comencé a presentar mis cosas de manera pública. Ahí recién comencé a recibir trabajos, pedidos y cosas sueltas. Además me demoré en hacer una exposición porque tenía que juntar más cosas para mostrar también.
– ¿Hay algún trabajo que tu sientas que te represente?
– Hay un retrato de dos caballeros que lo hice en un momento bien interesante, bien así como especial. Eran dos personas que vivían en la calle, y yo le tenía a uno de ellos mucha estima, porque el caballero era bien especial, atento, se notaba que tenía conocimiento. ¿Qué habrá sucedido en su vida para que viviera en la calle? Ahí no lo sé. Tenía deseos de hacerle un retrato o algo bonito. Es un personaje de acá de Tomé, “el Ariqueño”. Un día lo pude pillar para hacerle un par de fotos y logré hacer un primer trabajo. Ese está en Concepción.
– ¿Está en algún lugar en particular?
– Está en un lugar de enmarcaciones, en Av. Los Carrera, se llama “Galilea”. Ahí también está un cuadro de unos peces.
– ¿Por qué ahí?
– Un día fui a enmarcar a ese lugar y lo encontré bonito. El caballero, que ahora somos amigos, bueno, me gusta ir a conversar con él, hablar, ir a visitarlo de repente. Y a veces si alguien necesita algo él me avisa y le hago trabajos. Este que está aquí es uno de ellos, que tengo que presentar.
– ¿Tienes alguna proyección especial para 2018, un anhelo de ti como artista?
– Sí, mira, mis pretensiones son altas. Yo soy una persona tranquila, ¿cachai? Me gusta disfrutar de mis amigos, de la gente, andar en bicicleta, no sé, pero en esta cosa del arte soy más serio. Y lo que más quiero en estos tiempos es viajar al extranjero y seguir estudiando, perfeccionándome.
– ¿Algún país en especial?
– Italia.
– La cuna del arte pictórico…
– Bueno, esto de Italia tiene algo de relación con la familia, con mis abuelos, hay una descendencia. Mi abuelita tiene apellido italiano y, de hecho, esto del arte viene de más atrás todavía, porque mi abuelita pintaba, era poeta igual, pero más atrás en el tiempo, mi bisabuelo y tatarabuelo pintaban frescos en iglesias por allá.
– Y esas obras deben existir todavía.
– Sí, estamos hablando de 1800, 1823. Entonces esto viene de bien atrás, algo que viene desde siempre.
– ¿Planeas hacer este viaje a través de una beca, una postulación, fondos propios?
– Aún estoy viendo cómo… Estoy buscando un método, entre 2 a 3 años más. Es algo que llevo desde siempre, desde que me contaron eso de mis abuelos. Uno quiere descubrir o redescubrir lo que hubo antes, que siempre me ha llamado. Y Ahora le encuentro mucho más sentido que antes.
– Pasando a otro plano; hoy en día el sentido de lo abstracto, de valorar el arte, es algo que se ha perdido harto. Por ende, hablar de arte y descifrar el sentido abstracto de su composición es un ejercicio necesario. Tomando en cuenta esto, me gustaría que me conversaras sobre la etapa onírica en la que te encuentras, según hablabas en la entrevista de Diario Concepción respecto a la pintura de los peces.
– Ahora estoy en eso. Pero en su momento el hacer paisajes también me gustó mucho, y en los tiempos que estuve en “El Labertinto” estuve muy entusiasmado con el impresionismo, me gustaba mucho toda esa técnica y sus representantes, y luego con el tiempo el retrato, entonces, ahora en estos momentos, estoy como entre combinar las dos cosas y quiero meter la parte de los sueños, dos cosas que no tengan nada que ver y juntarlo. Tengo hartas ideas respecto a los próximos trabajos que voy a hacer, tiene harta relación con eso.
– ¿Cuál es tú visión del arte, en tu vida, en el mundo, en la gente?
– El arte es como entrar en una selva, como un en bosque y al final uno va encontrando ciertas huellas y ciertos caminos que se van abriendo en el bosque y uno tiene que ir creando el camino, dependiendo de la dificultad del terreno, por ejemplo, si tiene una subida empinada, si es plano, o si tiene un río y uno tiene que atravesar ese río; veo que es bonito, una pasión y es difícil en ese sentido, es algo que se puede llevar, que el público de cierta forma lo necesita, sepa o no sepa del asunto. Es algo que uno necesita, es una manera de comunicación que uno tiene, el hombre en sí. Si nos ponemos a pensar en los primeros hombres que tenían sus pinturas en las piedras, ha estado siempre con nosotros esta forma de comunicarse.
– En la edición pasada hablamos con Domingo Baño, quien nos comentaba sobre el concepto de velocidad, los distintos tiempos del arte. Por ejemplo, considerar la Capilla Sixtina e imaginarse a Miguel Ángel años pintándola, versus un diseñador o artista visual a quien le piden de urgencia un trabajo y en un par de horas, con ayuda de la tecnología, puede tenerlo listo. Respecto a eso, mencionaba que el arte no ha perdido su calidad, en el sentido que todavía se sigue pintando, grabando, ilustrando, pero la propia influencia del arte en los medios, en las pantallas, esa velocidad del arte ha quedado atrás. La preocupación por lo inmediato lleva a preferir, comercialmente, lo más rápido y barato. ¿Qué opinas tú respecto a esto? ¿Cómo te enfrentas como artista a este cambio en la velocidad?
– Bueno, yo soy más amante de lo antiguo, del tablero, de pintar a mano, porque perfectamente se podría hacer digital, pero yo encuentro que hay que mantener un poco el romanticismo y lo clásico, en ese sentido, que todavía está. Pero como decías, la cosa está demasiado rápida, y hay que tratar de adaptarse, pero siempre hay que darse un tiempo para hacer las cosas, no es llegar y lanzarse, hay que tratar de darse un tiempo, pensar un poco, puede que me demore un poco. Sobre todo cuando hago trabajos personales, pedidos, me demoro un poco, me doy el tiempo para llegar a la idea que realmente quiero. Pero siento que se ha perdido un poco en realidad. Por ejemplo, en arquitectura, antes se hacían los dibujos en tablero, y eran pocos los dibujantes entre los arquitectos, no eran todos, había algunos. Pero con el desarrollo de la computación se multiplicó el asunto y los técnicos específicos han ido bajando, para mi gusto, algunas calidades, y con la cultura y el arte me parece que pasa lo mismo. Entonces la cosa va tan rápida que se ha perdido un poco todo…
– ¿Tienes algún mensaje para aquel artista que teme que su arte no sea valorado como debiera, debido a lo que conversábamos, de que la atención está puesta en lo inmediato?
– Le diría que no pierda lo que siente, si tiene algo en su corazón, intuición, deseos y sueños, seguir avanzando, que no lo pierda, porque es justamente eso lo que ayuda a que se mantenga el arte, que siga floreciendo con las ideas. Que no pierda esas ganas, y si quiere presentar una exposición y seguir presentando, que le dé para adelante nomás, con esas ganas. Que no pierda las ganas de hacer algo bonito.
Texto y Fotografía: Fabián Rodríguez R.