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Millones de personas al día, todos los días, tienen ideas de negocios. Una fracción de las cuales decide invertir dinero, esfuerzo y, sobre todo, tiempo, para concretar un sistema sustentable. O al menos dan el primer paso: iniciar actividades ante el Servicio de Impuestos Internos.

El problema, como bien ilustran algunos elementos pictórico-culturales contemporáneos, es que la casa fiscal impone una pesada carga a las empresas de menor tamaño. Partiendo por aquellas que se constituyen de una persona y su capital: usted, su dinero y el conocimiento que tenga sobre administración de empresas.

Considerado lo anterior, muchos emprendedores se lanzan al mercado con nada más que las ganas y un sibilante aliento pecuniario; en vez de dirigirse a www.miempresaenundia.cl y rellenar los correspondientes formularios, el «antiemprendedor» se abre una cuenta en Instagram o utiliza la suya propia y la transmuta en perfil de ventas; en vez de imprimir su estatuto y llevarlo a firmar a la notaría, el «antiemprendedor» le paga al hijo de una amiga, que está estudiando diseño gráfico y cobra barato, para que le haga algún afiche web. Se está gestando el negocio. Hay gastos por ambos lados. Hay inversión.  

Cuando un emprendedor hecho y derecho comienza a facturar y pagar impuestos, el «antiemprendedor» se ha hecho de toda una red de amigos y conocidos que le compran sus productos y/o servicios un poco más barato -se entiende-, por no dar boleta. Y la historia se consolida: ha nacido un emprendimiento informal. Para funciones lúdico-tributarias, un «antiemprendimiento».

Si el emprendimiento crece en ecosistemas virtualmente funcionales y seguros, el antiemprendimiento lo hace en las sombras, a través de redes y chats potencialmente vulnerables a toda clase de estafas y delictuelas.

Pero eso es sólo la punta del Iceberg. Cualquier entendido en economía podría declarar que si usted tiene un grupo de ciudadanos que se han transformado en contribuyentes con el simple acto de declarar y pagar impuestos mensual y anualmente, dicho grupo aportará positivamente al constante ir y venir de formularios, filas y timbres que es -habitualmente- el hábitat del dinero.

Por otro lado, aquel grupo de ciudadanos que eligen no declarar sus ventas, ni rentabilidad, ni sus ganancias, serán objeto de crítica de los diestros en las artes fiduciarias por promover la inflación.

El hecho que ambos extremos aporten dinamismo a la economía no significa que no por falta de movimiento los números se vendrán abajo de un día a otro. Eso es pura especulación. Y lo contrario a la especulación son los hechos; en un estudio titulado “Emprendimiento y subsistencia: Radiografía a los microemprendimientos en Chile” (2020), de la Fundación Sol, se muestra un gráfico construido en base a la ENE (Encuesta Nacional de Empleo), elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas, donde se evidencia un fuerte contraste que divide a los microemprendimientos en dos grandes grupos: formales e informales.

Este informe detalla: “Al observar el comportamiento regional de la informalidad desde la perspectiva amplia, se tiene que en 7 regiones del país esta supera el 74% del total de microemprendimientos”.

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Se sabe que desde al menos una década el término “emprendimiento” pasó a poblar las bocas de múltiples actores financieros, tanto gubernamentales como privados, como una suerte de panacea económica que vino a teñir los índices de desempleo y desocupación con un tinte llamado “empleos por cuenta propia”, distintos a los “empleos independientes”.

El microemprendimiento vendría siendo una actividad comercial a baja escala.

A ojos del Gobierno, un emprendedor es un contribuyente que por propia voluntad se ha decidido a constituir una sociedad comercial, inició actividades ante el SII y se comprometió a respetar la Ley Tributaria y declarar mensual y anualmente sus impuestos. Estaríamos frente a un emprendimiento formal.

Si el emprendedor en cuestión ha decidido dedicarse a una actividad autónoma en que presta servicios a empresas, emitiendo para ello boletas de honorarios, nos encontramos frente a un trabajador independiente.

Ahora si, por el contrario, el emprendedor se ha volcado a prestar servicios o a vender productos sin preocuparse por formularios, timbres o declaraciones, facturas ni boletas, estamos en presencia de un emprendimiento informal. Este tipo de actividad económica es la que hoy predomina en nuestro país, en términos de emprendimiento. Conviene en este punto hacer una distinción entre empleo informal y emprendimiento informal.

Empleo Informal

El empleo informal existe en todas las economías del mundo”, señala el Seremi de Economía del Biobío, Mauricio Gutiérrez, consultado sobre las cifras contenidas en la ENE 2020 y graficadas posteriormente por Fundación Sol. La diferencia, explica, es que no todos los países del mundo consideran esas métricas en los estudios de su economía.

La principal diferencia en términos de calidad entre empleo informal y formal es la cobertura (pago de Leyes Sociales) de salud y fondos de pensión.

En Chile, durante 2019, la ocupación informal alcanzó el 27,3%, mientras que en 2020 el índice marcó 25,8% anual, aunque con variaciones.

En 2021 llevamos 25,2% de empleo informal. Está dentro de los rangos normales del empleo informal medidos en Chile. Es bueno cuando este índice baja, siempre y cuando suban los índices de empleo formal. En este caso no se está produciendo eso, obviamente, por los efectos económicos de la pandemia”, detalla la autoridad regional.

Emprendimiento informal

Gutiérrez es enfático al declarar que 2021 y, en general el periodo de pandemia, ha sido todo un boom en términos de emprendimiento.

La Región del Biobío, en plena pandemia, ha creado más empresas formales que nunca. Por lejos. Y eso es muy sorprendente. Obedece a diversas razones; la gente que se quedó sin trabajo y quiso instalarse con el sueño que tenía durante mucho tiempo de una manera formal, otros no quieren volver a recuperar su trabajo y se instalan con su empresa. Unos por gusto y otros por necesidad. Entonces ha ido creciendo la constitución de empresas”.

No obstante, también desliza una dura advertencia respecto a este tipo de comercio, debido a las implicancias que puede tener para la economía en el largo plazo. La tarea, declara, será para los parlamentarios que tendrán que legislar sobre este asunto una vez que la crisis sanitaria se haya superado y sea el turno de regularizar las actividades económicas emergentes.  

Hoy en día es mucho más fácil y mucho más barato instalarse con una empresa, pero también hay mucha gente que ha perdido su empleo y que ha desarrollado labores de emprendimiento sin ninguna formalidad, como personas que venden alimentos sin resolución sanitaria, o no pagan impuestos, no tienen ningún costo asociado, entonces aquí podríamos hablar de un nuevo comercio ilegal.

Va a llegar un momento en que los parlamentarios van a tener que legislar. Uno puede entender que en estos momentos hay complicaciones y pérdida de empleos. Uno entiende que la gente tiene que subsistir de alguna forma y también para eso están los bonos que nosotros estamos entregando como Gobierno. Pero también están ahí los esfuerzos personales y muchos lo han hecho a través del emprendimiento informal”.

Según el secretario de la cartera, la molestia principal que generan los emprendimientos ilegales proviene de los comercios formales, que venden al detalle, pagan patentes, arriendos e impuestos. De todas formas, reconoce que es una gran alternativa para quienes han perdido su empleo y no lo han podido recuperar. El problema, insiste, no es el hecho que se comercie de esta forma, sino que se convierta en un estilo de vida para un gran segmento del país.

En términos legales, explica, hay que diferenciar también cuando se paga impuestos y no se paga impuestos, que es cuando se realiza o no un acto de comercio. Un acto de comercio, se entiende, es cuando es de forma repetitiva. “Aquí no cabe el que vende por Marketplace’s, o vende por Facebook una pieza de ropa, por el momento es muy distinto a quien lo hace con habitualidad y genera un ingreso constante”, indica, y agrega que el comercio establecido también vende a través de vías digitales, por ende, deberían competir en igualdad de condiciones.

– ¿Usted cree que los emprendedores informales realizan su actividad de esta forma porque son conscientes que el pago de arriendos, patentes e impuestos harán que no sea rentable su negocio?

– «Bueno, no conozco a nadie que le guste pagar impuestos. Pero son muy necesarios, porque con ellos se financia el funcionamiento del aparato del Estado y también el gasto social que es muy potente, sobre todo en tiempos como estos. Por lo tanto, el tema impositivo no es la barrera para que estos emprendedores informales se formalicen. Yo creo que más bien es un poco de temor a cuánto tiempo va a durar su emprendimiento. Si lo quieren proyectar para mucho tiempo más o para el resto de su vida. Es más por desinformación que se produce este miedo a formalizarse.

Yo creo que hay hartos temas que solucionar. Y la vida sola va poniendo obstáculos para crecer. Nosotros sabíamos que había que meter a las Pymes en el mundo digital, pero con la pandemia esto pasó a una velocidad que nadie estaba preparado. Entonces quedó mucha gente ya preparada y comercializando a través del mundo digital, en forma legal, pero quedaron otros que para tener su subsistencia, para asegurar los ingresos que no tuvieron, comenzaron actividades informales y la idea, insisto, es que lleguen a formalizarse».

En conclusión, se entiende que el Gobierno es consciente del problema de fondo y planea, en el mediano plazo, poner el tema en agenda para su pronta legislación. Mientras tanto, el fenómeno subsiste y crece.

Texto: Fabián Rodríguez

Contacto: frodriguez@thepenquist.com

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