Es innegable que nuestro planeta está sufriendo cambios en el flujo normal de sus ciclos. Si bien siempre han existido desastres naturales, la concentración de éstos en distintas partes del mundo de manera simultánea son claramente síntomas de la polarización de los fenómenos naturales de la tierra. Lugares con años de sequía pasan a inundaciones incontenibles por sus ciudades, nevadas en territorios tropicales, desertificación en tierras agrestes: nuestra geografía se está transformando en concordancia con el importante aumento de la temperatura de nuestras fuentes de agua y de nuestras ciudades. La causa del llamado calentamiento global es discutido, la opinión está dividida dentro de los círculos científicos, políticos y ciudadanos. Si bien aquéllos que dicen que estos acontecimientos naturales son parte de los ciclos naturales del planeta están en lo correcto, creo que la respuesta no sólo se queda en esta premisa. Considero que no hay duda de que la acción abusiva de la humanidad respecto a los recursos naturales ha potenciado o acelerado la intensidad y frecuencia de los desastres naturales que hoy ocurren. La raíz de este abuso se encuentra en el modelo económico que gran parte de los países posee, un modelo cuya génesis no fue precisamente negativa, pero que nefastamente se ha contaminado por las bajas emociones humanas, desvirtuando su esencia y finalidad primigenia.

La conectividad, globalidad y comunicación que permiten nuestros actuales modelos económicos y políticos han permitido, paradójicamente, nuestra libertad virtual de acceso a la información mientras se restringen nuestros derechos ciudadanos. Las decisiones, silenciosa e indefectiblemente, son tomadas por un grupo pequeño de poderosos tanto a nivel mundial como nacional. Y ahora, tristemente, Chile ha demostrado esta realidad de manera notoria: la aprobación, por parte de autoridades y del mismo Ministerio del Medioambiente, del proyecto minero Dominga que busca emplazarse en torno a uno de los ecosistemas más ricos del mundo, el Archipiélago de Humboldt.

¿Qué especie inteligente busca su expansión a tal nivel de generar su propia extinción? Ciertamente, esto no se trata solamente de inteligencia, sino de una evidente falta de conexión con los procesos naturales del ecosistema en el cual nos desarrollamos. Gran parte, sino todas, las especies animales del mundo nacen, se desarrollan y mueren en directa concordancia con el sol, las estaciones y demás procesos propios de la vida natural. Sin duda nuestro desarrollo cognitivo nos permite trascender estas condiciones y actuar también como creadores. Esto es maravilloso y hay que aprovecharlo, mas lo que importa es cómo o en qué manera expandimos nuestra presencia en la tierra.

Atentar con los recursos que nos dan la vida para generar dinero es un autoatentado, un autoboicot irresponsable. Muchos dirán que para desarrollarnos necesitamos este dinero en nombre del progreso, en nombre del desarrollo industrial. Aquí la pregunta es ¿realmente necesitamos tanto? La respuesta sería fácil, por último, si estos beneficios fueran para cada habitante del país, pero sabemos que esto no es así, sabemos que el poder corrompe y que quienes lo detentan no sólo devoran ecosistemas naturales, sino también la vida de todos aquellos humanos que, si no trabajan en penosas condiciones laborales, no tienen el dinero para alimentarse ni para tener un hogar propio. Tal es el abismo, tal es la diferencia entre la locura que habita en el poder y la ceguera de la masa alienada, que cada vez está más unida.  

Texto: Agostina Blue

Terapeuta

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