Es difícil hablar en nuestros días de “apertura”, cuando el concepto en sí mismo está cargado de matices socioculturales que escapan a nuestro alcance. Enfrentamos como ciudad la “Fase 4” con la alegría con la que se recibe la primavera o la primera lluvia del año, y en realidad las limitaciones siguen ahí. La apertura, como concepto, ha recibido una nueva acepción, que la aleja del concepto original.

Según el Diccionario de la Lengua Española, ‘apertura’ es la acción de abrir, pero también es el acto de dar principio a las tareas de una asamblea, una corporación, a los espectáculos de un teatro, etc. ¿Será que se refiere a eso? Que la ansiada Fase 4 no sea más que el acto de inicio de una obra más extensa, con más actos por delante.

Sea como sea, algunos hechos son ineludibles: la ciudad poco a poco ha vuelto a su ritmo habitual; las enérgicas máquinas del transporte público han vuelto a las calles con más frecuencia y cargadas con más gente; los restoranes, pubs y discotecas, reinventados para ajustarse a las normas sanitarias vigentes, reciben largas filas de comensales cada día; los artistas han vuelto a agendar shows; los gimnasios y clubes deportivos han retornado al sudor y la fatiga; varios establecimientos educacionales se decidieron por volver al trabajo presencial y el comercio en general se ha visto mucho más activo.

En el plano general, la vida cotidiana ha vuelto a su pulso habitual, pero el país aún enfrenta una crisis interna que se refleja fielmente en los nombres e inclinaciones que se presentan a las próximas Presidenciales. Una izquierda fragmentada y una derecha que ha hecho uso indiscriminado de todo recurso digital que se encuentre a su alcance para desacreditar tanto a la Convención Constitucional como a sus Constituyentes. El statu quo, el ciudadano de a pie, en medio de la pugna, observando cómo vuelan los tweets con noticias falsas – A.k.a. Fake news- a la orden del día, creando a veces falsas tendencias gracias a cuentas fantasma, bots, y cadenas de likes y “compartir” cuyo objetivo es desequilibrar constantemente el sentir general de la población, dada la rapidez con que se masifican o “viralizan” algunos temas.

Se sabe que en nuestro país los problemas de memoria son un antecedente crónico, es decir, en el largo plazo la ciudadanía tiende a olvidar cuando ciertos personajes han cometido acciones ímprobas y han sido sometidos a escrutinio público. Muchos vuelven de las sombras tras un tiempo fuera de las cámaras y de los micrófonos, algunos reinventados, otros con peores conductas y mermado sentido común. Pero aquello que se ve, se lee o se oye todos los días, va quedando en la memoria; las rutinas de los comediantes, un jingle pegajoso, la canción del verano…

Es por ello que la apertura debe comenzar quizá con un acto de independencia intelectual que debiera ser un ejercicio frecuente: recordar que todo lo que vemos publicado ha pasado antes por una mano, o por varias, y siempre esconde alguna intención; la principal suele ser evitar que pensemos por nuestra cuenta e implantar un pensamiento foráneo, inyectar un veneno invisible cuyo único efecto tóxico es aumentar aún más la brecha que nos divide como nación.

Equipo editorial The Penquist.

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