La teoría Idealista planteada por Vico entiende la historia como un proceso cíclico, en que los hechos llevan a la humanidad continuamente hacia su punto de partida. Si esto fuese cierto, cada vez que hubiese votaciones el ambiente sería más o menos el mismo, pero la coyuntura dicta otra cosa en nuestros días.

En un desenfreno político-popular pocas veces visto en Chile, partidarios de ambos extremos salieron a pelear una segunda vuelta sin tregua, donde el principal campo de batalla son las redes sociales y las plataformas digitales. La pelea, dicen los analistas, no se libra en las publicaciones, sino en los comentarios, reacciones y «veces compartido».

Mientras de un sector afloró un auténtico compromiso político-social en una inmensa cantidad de artistas y voluntarios que sin firmar militancia en ningún partido se organizaron para apoyar a su candidato, en un despliegue que desborda el deseo por un mejor futuro, desde el otro bando no se ha dejado peso sin gastar cuando se ha tratado de invadir los medios sociales con una propaganda fría, que apela a valores culturales que no han relucido en los debates públicos y declaraciones, comandada por cientos de cuentas virtuales, o bots, que persiguen determinadas palabras clave para inflar las estadísticas. Además de un patriotismo exacerbado que habla de la posible destrucción de un país, ante la posible amenaza del temido fantasma del comunismo. Una ficción que este sector ha reciclado por décadas.

La cosa es que desde ambos extremos del binomio existe la certeza que la victoria del rival sería catastrófica. Y, lamentablemente, no hay certidumbre alguna respecto al verdadero alcance de los delirios del candidato oficialista. Esto genera miedo en la oposición. Y con justa razón. Vivir décadas a la sombra de una seguidilla histórica de dictaduras es suficiente para que en un país se desarrolle vigoroso el germen del miedo. Sentimiento que es fácil de rastrear en toda Latinoamérica.

Una respuesta humana sensible y totalmente válida que ha obligado a miles a mantener un silencio inquieto, que de alguna forma se ha ido exorcizando desde aquellos días de octubre en que de alguna forma se refundaron los valores cívicos y patriotas de la gran mayoría de los chilenos.

Han sido años duros en un país siempre complejo. Los últimos meses, sobre todo, Chile ha tenido que madurar a la fuerza, para llevar adelante una serie de procesos democráticos que serán las directrices de los tiempos venideros. Y la historia, lejos de terminar el día de los comicios, comenzará a escribir un nuevo capítulo.

Debemos tener la cordura y madurez para asumir los resultados, sean cuales sean. Así como desde el jardín de niños nos enseñan a convivir con todo tipo de personas, sea cual sea su raza, credo o condición social, tal vez sea necesario retomar más adelante las clases de tolerancia y respeto por el prójimo. Hay que saber ganar y perder. La política es sin llorar.

Hay nobleza en reconocer también la derrota, no hay que olvidarlo.

Habrá tiempo para que el comando perdedor se recupere del golpe, desde el día de la votación hasta que asuma el poder el próximo mandatario de la República. Desde ese momento, será la propia ciudadanía quien fiscalice al Ejecutivo en cada proyecto, cada comunicado, en cada paso en falso.

Equipo Editorial The Penquist

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